
Misil Proust
Jaime Muñoz Vargas*
Avelina Lesper extendió su campo de acción a la literatura. Como sabemos, durante muchos años ha tratado de exhibir, creo que legítimamente, el muy fraudulento manejo que se da en el mercado del arte. Decenas, acaso miles de creadores de manchitas o instalaciones sin valor pululan hoy y, aunque se trate siempre de un asunto muy subjetivo, o precisamente por esto, no está de más tratar de distinguir el grano de la paja.
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ELOMBLIGO DE PIEDRA
La columna de Rogelio Ramos Signes
Érase una vez
Pocas veces llegamos a plantearnos el porqué de algunos giros idiomáticos, pero éstos sobreviven gracias a la costumbre (aunque también gracias a nuestro propio desinterés). Cómodamente instalados en un lejano e incorpóreo anaquel, perduran, reducidos a un uso que, de tan específico, nadie osaría disputarles. Tal vez éste sea el caso de la expresión «érase» en la lectura, sustituido por «había una vez» en el lenguaje hablado; formas típicas del cuento para niños o del relato folclórico. Prácticamente ya no se lee este tipo de cosas, y el relato de sobremesa ha caído en desuso. Sin embargo, aunque sólo sea como curiosidad antropológica, de vez en cuando solemos sobrevolar algunas de esas antiguallas; esas alegorías morales que siguen haciendo «un zorro» del hombre astuto, «una víbora» de la mujer pérfida, «un gusano» de un ser pusilánime.
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El movimiento de Pepe Valdez
Jaime Muñoz Vargas*
Si algo destaca en la obra plástica de Pepe Valdez Perezgasga (Torreón, 1963) es, creo, el movimiento. Pese a su estaticidad sobre el plano de papel o de cualquier otra materia, las imágenes de este lagunero tienen la extraña peculiaridad de provocar a la mirada, de acicatearla para que avance y, merced a esa complicidad co-creativa del espectador, generar vida en la obra, ponerla, como digo, en movimiento. No por nada muchas de sus piezas ofrecen la posibilidad (a diferencia del dibujo convencional, de la pintura de caballete y del fresco) de comenzar en cualquier punto y exigir al ojo un frenético recorrido, forzarlo a que deambule por la "narrativa" icónica característica en muchas de sus obras. Hijo de don Bulmaro Valdez Anaya (quien a propósito del centenario fue incluido con irregateable merecimiento en el suplemento especial de La Opinión dedicado a personajes relevantes de nuestra ciudad) y décimo de doce hermanos, Pepe Valdez despertó desde sus primeros años al deslumbramiento de la imagen. Insumiso, inquieto, receptivo desde niño a la perplejidad de las formas, los colores y las proporciones, no tuvo fácil el camino para hacerse de una técnica y, con el paso de los años, de un estilo definitivo. La tuvo complicada no por falta de oportunidades para aprender, sino por su rechazo a las camisas de fuerza, a la disciplina escolar que impone reglas y tareas y que de alguna forma, aunque sea levemente, frena los ímpetus innatos.
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EL OMBLIGO DE PIEDRA
La columna de Rogelio Ramos Signes
Érase una vez
Pocas veces llegamos a plantearnos el porqué de algunos giros idiomáticos, pero éstos sobreviven gracias a la costumbre (aunque también gracias a nuestro propio desinterés). Cómodamente instalados en un lejano e incorpóreo anaquel, perduran, reducidos a un uso que, de tan específico, nadie osaría disputarles. Tal vez éste sea el caso de la expresión «érase» en la lectura, sustituido por «había una vez» en el lenguaje hablado; formas típicas del cuento para niños o del relato folclórico. Prácticamente ya no se lee este tipo de cosas, y el relato de sobremesa ha caído en desuso. Sin embargo, aunque sólo sea como curiosidad antropológica, de vez en cuando solemos sobrevolar algunas de esas antiguallas; esas alegorías morales que siguen haciendo «un zorro» del hombre astuto, «una víbora» de la mujer pérfida, «un gusano» de un ser pusilánime.
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